«Soy Sergio Méndez Arceo, ¿dígame en qué puedo servirle profesor Rojas Soriano?», fue lo que me dijo por teléfono, el 2 de marzo de 1973, el Obispo Rojo, apodado así por sus críticos. Yo trabajaba en la Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Cabe mencionar que horas antes había tratado de platicar con él sobre la grave carencia de agua potable en varias comunidades de Morelos; en una de ellas yo había nacido.
El obispo no me atendió por estar en una reunión, pero me llamó en cuanto pudo. Le expuse el problema referido, el cual había ocasionado que iniciáramos un movimiento social para exigirle al gobierno construir una nueva red del vital líquido. Méndez Arceo me pidió llevar toda la información sobre el caso a la Catedral de Cuernavaca para que él la diera a conocer en su homilía del domingo 4 de marzo de 1973. El obispo era un personaje fuera de serie pues se atrevió a desafiar los convencionalismos de la jerarquía católica, por ejemplo, sus misas eran animadas con mariachis y música de Jazz, y en sus homilías informaba sobre diversos problemas sociales. Era doctor en Historia y tenía amistad con varios intelectuales y revolucionarios.