«La vida adquiere otro valor cuando recuerdas a once compañeros que con la suya pagaron el sueño de un mundo mejor. Muchas veces al leer el testimonio de presos políticos, de cómo los perseguían y torturaban, y las condiciones carcelarias a las que fueron sometidos, me pregunté si habría una peor forma de morir. Después de la masacre de El Charco, estado de Guerrero, en junio de 1998, de presenciar cómo el ejército asesinó a indígenas, a campesinos indefensos, así como a mi compañero Ricardo, con quien realizaba tareas de alfabetización, me doy cuenta de que la cárcel es un mal menor frente a la muerte y la cancelación de la esperanza».
Ericka Zamora, estudiante acusada de guerrillera