En abril de 1993 impartí durante una semana un curso-taller sobre investigación a cincuenta investigadores y especialistas de la Academia de Ciencias de Cuba. Cierto día de ese abril, al salir de la Academia de Ciencias para dirigirme a la Casa del Científico, donde estaba hospedado, observé una multitud rodeando en una calle a tres policías, los cuales discutían con dos individuos que vendían algo. Atraído por la curiosidad, que todo investigador debe tener, me aproximé a la muchedumbre. Pregunté a una mujer que se encontraba en el lugar sobre lo que sucedía, ya que la gente, según la primera impresión que tuve mientras me acercaba, parecía defender a los vendedores.
Efectivamente así era; la persona confirmó mis sospechas. La policía sancionaba a los vendedores de maní por alterar el precio oficial de la bolsita, que era de un peso, pues los detallistas la ofrecían a un peso con cincuenta centavos. Pese a este encarecimiento de la semilla, que afectaba la economía de los compradores, éstos protestaban contra los guardias por la sanción impuesta (el retiro de la venta del producto). Me retiré del sitio un tanto desconcertado.